31 oct 2010

Germinar en la Mina

ADA CASTELLS

(artículo aparecido en Cultura/s de La Vanguardia)

Una lección de humanidad, se ha dicho hasta la saciedad y tendremos que concluir que esto es lo que nos han ofrecido los treinta y tres mineros supervivientes que resurgieron este mes del fondo de la tierra. Emocionados, los vimos renacer en directo de la mina como en un parto con fórceps. Lo hicieron después de soportar unas condiciones de vida tan duras que, al salir, ya anunciaron que nos ahorrarían los detalles más escabrosos, mal que pese a los que siguieron su tragedia con morbosidad mineral. Ya se encargarán las películas de ponerle más salsa, aunque a los guionistas no les va a ser nada fácil añadir invenciones. En esta ocasión, la realidad les ha brindado la ficción en bandeja, ya cocinada en su punto: teníamos protagonista principal, mártires, cuenta atrás imprescindible, sufrimiento preciso, imágenes de lágrima viva. Hasta el chileno Hernán Rivera Letelier, ex minero, quizá el escritor con más derecho de meter su talento al servicio de esta aventura, se ha negado a ficcionar la experiencia. Dice que sería como sentarse a escribir un cuento o un poema ante el lecho de muerte de su padre, de su hijo, de su hermano. Su ética no se lo permite. Segunda lección de humanidad del día.

En consecuencia, hoy tendremos que recorrer a un clásico muy vivo para no olvidar que si estos treinta y tres se han convertido en héroes de gafas oscuras es porque estaban condenados a una vida de esclavos, como recuerdan sus compañeros menos mediáticos que no han recibido ni el finiquito. Todos ellos eran, son, tan esclavos como los diez mil mineros que malviven en las páginas deGerminal, unos hombres que sufren dentro de la mina como bestias,“como máquinas de extraer hulla, siempre debajo del suelo, con las orejas y los ojos tapados al exterior”, describe Zola.

Con puntería y alma, el autor nos enfrenta a las condiciones laborales del XIX y comprobamos hasta qué punto la situación no ha mejorado. Si Étienne Lantier, protagonista revolucionario de esta novela épica, resucitara, querría regresar a su tiempo: como mínimo entonces podía tener fe en un mundo mejor. Pobre Lantier, ¿hasta qué punto detestaría comprobar que su compañero más escéptico tenía razón al decirles que tenían que aceptar la realidad por más injusta que fuera?:“Los jefes a menudo son mala gente, pero jefes habrá siempre, ¿no? Es inútil que nos preocupemos por esto”. Y seguro que el pobre de Zola ya no tendría el valor de terminar su libro con la esperanza de que un ejército negro germinase la tierra para que reinara la justicia. Ahora mismo todo va por otros derroteros, quizás por esto la lectura de esta novela, aún esperanzadora, aún germinal, nos acerca a estos mineros resucitados, no desde el show mediático, sino desde la profundidad de su desventura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario